Antecedentes históricos
Después del alzamiento del ejército el 18 de julio de 1936, el bando ulteriormente liderado por Francisco Franco estableció una estrategia pionera en lo que a la guerra se refiere: el uso de la economía como un arma. No era la primera vez que las guerras modernas contemplaban una táctica así, pues la falsificación de dinero para adquirir recursos locales ya se había usado más de un siglo atrás, pero sí era la primera vez en la que se buscó la diferenciación monetaria, hecho primordial si queremos entender el devenir de la guerra civil.
Desde sus primeros compases, el Banco de España quedó dividido en dos bandos, de modo que cada una tenía un área de influencia. Dado que Madrid quedó en manos republicanas, sus cajas fuertes también, con todo el papel moneda que había sido encargado a la Bradbury & Wilkinson en los años anteriores al conflicto. De manera estratégica, el Consejo del Banco de España siempre ha procurado mantener una emisión en circulación mientras guardaba otra completa en sus sótanos, lista para sustituir a las anteriores en caso de que cundiera la alarma por las falsificaciones que pudieran circular. En el otro lado del frente, el Banco de España de Burgos se encontraba con la situación contraria, con ninguna reserva monetaria propia más allá del efectivo que atesorasen en aquel momento las sucursales bajo la influencia del bando franquista.
De tal modo, en fechas tan tempranas como septiembre de 1936, mientras un bando sacaba el oro de sus cajas en dirección a Cartagena, el otro contactó con diferentes imprentas europeas con la esperanza de producir su propio papel moneda, sin refrendo metálico. Como vemos, la estrategia económico-militar estaba pensada desde el comienzo de la guerra. La respuesta de los suministradores ingleses fue inicialmente positiva, especialmente de la Bradbury, que comenzó a trabajar en unos bocetos bajo la presión demandante de los franquistas para producir los billetes desde primeros de noviembre, plazos irrealistas con calcografía. Tal era el plan inicial de tomar Madrid rápidamente y acabar con la guerra en apenas tres meses. Tras el rechazo final del pedido, aconsejado por el departamento legal de la imprenta inglesa, y dada la intensa resistencia madrileña, los franquistas tuvieron que tomar medidas de emergencia en su afán de diferenciar las economía de unos y otros. Así recurrieron al estampillado del dinero puesto en circulación con anterioridad al 18 de julio de 1936. La información se transmitió mediante circulares internas a las sucursales del Banco de España y no se hizo pública para poder destapar vínculos con quintacolumnistas o disidentes de la causa que pudieran estar usando dinero puesto en circulación por los republicanos, que enseguida tuvieron que recurrir a él.
Un encargo con sorpresas
El estampillado fue una medida temporal mientras se negociaba con imprentas de las dos potencias europeas que apoyaban a los franquistas: Alemania e Italia. En un primer contacto fueron los alemanes de Giesecke & Devrient quienes se llevaron el gato al agua, pero tras un pedido que resultó caro, el Banco de España de Burgos empezó a plantearse las cosas de otra manera. Luis Auguet (futuro director de la FNMT) actuó como representante del banco en estas gestiones. Empezó a tratar con la familia Coen, de Milán, dueños de una imprenta de documentos de valor, pero sin experiencia en la producción de dinero. Gualtiero Coen, el hijo del director de Officine Grafiche Coen & Cia, como por entonces se llamaba la empresa, aceptó el pedido y se lo tomó como un reto. Dicho encargo precisaba que debían producir los billetes por calcografía, una técnica de impresión con la que los Coen no estaban familiarizados, pues su experiencia se limitaba a la litografía. El contrato se firmó el 1 de agosto de 1937.
La imprenta italiana empezó las gestiones para importar cinco prensas francesas de Serge Beaune, de quien era representante en Italia, y una húngara de Ganz. A la vez, comenzaron las modificaciones de la planta situada en el número 4 de la Via Sciesa en Milán para alojar el pedido del Banco de España. Se construyó un nuevo edificio de cuatro plantas dedicado en exclusiva a esta producción: la planta baja como almacén, la planta primera para la maquinaria y las dos superiores para diseño y grabado. Incluso se destinaron veinticuatro carabineros a vigilar las instalaciones. Pero pese a todo el entusiasmo puesto, las cosas salieron mal, muy mal.
Lo primero de todo fueron los retrasos. La empresa italiana demostraba su inexperiencia posponiendo las entregas de las pruebas y luego de los billetes. Inicialmente alegaron problemas con la maquinaria calcográfica, solicitando la impresión litográfica completa. El Banco aceptó la solución, pero sólo de manera parcial. Después, encontraron que la aplicación de un acabado de gelatina les resultaba dificultosa y entorpecía las labores de numeración. Un año después del encargo, Augusto y Renato Coen seguían con problemas. El propio Augusto viajó a Burgos con diez billetes ya numerados y defectuosos de cien pesetas para explicar lo ocurrido. Tal era la situación que el 20 de agosto de 1938 los Coen se comprometieron a rehacer la emisión de 1000 pesetas a su cargo.
Pero la gota que colmó el vaso fue la filtración de billetes robados del almacén de la imprenta italiana. El 24 de octubre de 1938 apareció un billete de 25 pesetas de esta emisión que todavía estaba fabricándose en la sucursal del Banco de España en Bilbao y otro de 1000 pesetas en una casa de cambios de Hendaya (Francia). El Banco entró en cólera y tras realizar las indagaciones pertinentes encontró que los billetes originales habían llegado a Sevilla, uno en junio y el otro a principios de ese mes de octubre. El 31 de octubre se convocó a Augusto Coen a Burgos y se determinó que los incautados tenían defectos en la numeración. Pero quedó en evidencia que la seguridad y el procedimiento de control de desechos de la imprenta italiana eran muy deficientes, puesto que la conclusión era que habían salido de sus almacenes. El 25 de noviembre, con todas las investigaciones del Banco en marcha, se localizó otro billete de 1000 pesetas de esa emisión en el Banco Español de Crédito en Tetuán. Casualmente era un número correlativo del localizado en Hendaya.
A partir de enero de 1939 las cartas entre el Banco de España y los Coen elevan el tono y empiezan los reproches mutuos, llegando a un pleito que no se resolvería, con pedidos adicionales mediante, hasta 1957.
La quema y el rescate de ejemplares
Como consecuencia de todo este escándalo, el Banco de España tuvo que ordenar la quema de los billetes, que se produjo, según parece, en Soria. Cuenta la leyenda que Zacarías Mateos localizó un billete de 100 pesetas de esta emisión, del general Castaños, en manos de un pastor. Lo cierto es que ese billete está reparado de manera bastante importante, lo que da a entender que se encontraron restos de otros billetes con los que se completó una esquina perdida.
Pero de los billetes de 25 pesetas nadie sabe su origen concreto. Se conocen un par de pruebas de color, una de ellas con una anotación y un ejemplar de muestra o de archivo con un taladro de puntos ANULLATO. Más allá de eso, hasta ahora, sólo se conocía un ejemplar numerado, que había pertenecido precisamente a Zacarías Mateos y que, con bastante seguridad, lo habría adquirido del mismo modo que el de 100 pesetas, dado que si hubiera venido de alguna requisa, como los encontrados en octubre de 1938, tendría un sello tampón de INUTILIZADO. La única imagen que tenemos de ese billete data de hace más de cuarenta años. Tanto tiempo ha tenido que pasar para que apareciera otro ejemplar numerado, cuya extremada rareza queda patente. Su numeración, cosas de la vida, dista en unas seis mil unidades del que tenía Zacarías. A pesar del estado de los márgenes, este extraordinario billete nos habla de historias de espías, de robos, de quemas y de salvamentos in extremis, pues parece que esas faltas de papel en los márgenes y la coloración oscura que adquieren tienen tal explicación, tan histórica de por sí que cualquier restauración está totalmente desaconsejada. Las heridas y cicatrices de la guerra son tan interesantes como el objeto en sí.
Análisis gráfico
El billete de 25 pesetas de 1937 muestra un retrato de Colón basado en un grabado de Aliprando Caprioli, cuya fama proviene de una copia del siglo XIX conservada en la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América. Sin embargo, el original en el que se basó el billete es el retrato del almirante pintado por Rafael Tejeo en 1828 y que se expone en el Museo Naval de Madrid. La imagen de las carabelas está basada en una acuarela de Rafael Monleón que se conserva en los fondos del mismo museo. El escudo que corona el billete es el que se otorgó a Cristóbal Colón tras su hazaña y las figuras de indios que están en la parte inferior suponen una alegoría de América. El cuadro del reverso se titula “Primer homenaje a Colón”, pintado en 1892 por José Garnelo, y que se exhibe, como no podía ser de otra manera, en el Museo Naval. Dicha obra obtuvo un galardón en la Exposición Universal de Chicago de 1893.
Autor: José Antonio Castellanos