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René Descartes (1596-1650) fue un matemático, científico natural y filósofo francés, famoso por la frase «Cogito, ergo sum» («Pienso, luego existo»). Su obra abarcó diversos campos, como la óptica, la geometría de coordenadas, la fisiología y la cosmología, aunque se le reconoce principalmente como el «padre de la filosofía moderna».

Primeros años

René Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en La Haye, Francia (actualmente Descartes, en su honor). A la edad de diez años, comenzó su educación con los jesuitas en el Collège de La Flèche, una de las mejores escuelas de Europa, fundada por el rey Enrique IV de Francia. Allí estudió idiomas, lógica, ética, matemáticas, física y metafísica, asignaturas que sentaron las bases de sus futuras actividades intelectuales.

Más tarde, Descartes asistió a la Universidad de Poitiers, donde se licenció en Derecho en 1616. A pesar de recibir lo que se consideraba una educación de élite, cada vez se mostraba más escéptico ante los métodos de sus profesores y la certeza de sus conocimientos. La única materia que le parecía verdaderamente clara y lógica eran las matemáticas. Al intentar formarse por su cuenta, pronto se dio cuenta del alcance de su propia ignorancia. Muy influido por las teorías heliocéntricas de Galileo y Copérnico, Descartes emprendió un viaje intelectual que revolucionaría la filosofía durante generaciones.

Filosofía

Antes de que Descartes introdujera sus ideas sobre la duda y el racionalismo, la filosofía aristotélica y la escolástica dominaban el pensamiento occidental. Sin embargo, a principios del siglo XVII, Europa estaba experimentando un cambio transformador en la ciencia y la filosofía. El empirismo tradicional, que sostenía que el conocimiento procedía de la experiencia sensorial, era cada vez más cuestionado. La ciencia ponía el acento en la observación, la experimentación y la razón, elementos estos últimos que pasaron a ocupar un lugar central en la filosofía de Descartes. Rechazando la certeza de la percepción sensorial, trató de establecer la verdad utilizando únicamente el poder de la razón, empezando por la cuestión fundamental de su propia existencia.

El viaje intelectual de Descartes dio un giro decisivo durante su estancia en los ejércitos de los Países Bajos y Alemania. El 10 de noviembre de 1619, mientras estaba destinado en Baviera, se refugió en una pequeña habitación y pasó el día meditando. Esa noche tuvo tres sueños vívidos, que más tarde interpretó como visiones que revelaban que el mundo natural era un sistema único regido por las matemáticas. Esta revelación le llevó a preguntarse si la certeza encontrada en las matemáticas podía aplicarse a todas las áreas del conocimiento.

Temeroso de ser perseguido por la Iglesia católica, Descartes pasó la mayor parte de su vida en los Países Bajos, donde la libertad intelectual era mayor que en gran parte de Europa. Inspirado por sus visiones, se dedicó a desarrollar un nuevo sistema de pensamiento basado en la duda como camino hacia la verdad. Entre 1629 y 1649 produjo sus obras más influyentes, entre ellas Le Monde (1633), Discurso del método (1637), Meditaciones (1641) y Principios de filosofía (1644).

Aunque el Discurso del método sentó las bases de la epistemología y la metafísica de Descartes, fueron las Meditaciones las que revolucionaron el pensamiento filosófico e introdujeron el racionalismo.

Para descubrir la verdad absoluta, Descartes sostenía que había que someter todas las creencias a un riguroso escrutinio y descartar todo lo que no superara este examen. En las Meditaciones, fue más allá y afirmó que el verdadero conocimiento requiere certeza. Como los sentidos humanos pueden ser engañosos, no hay que fiarse de ellos. También detalló cómo llegó a su famoso Cogito, su prueba de la existencia. Su método consistía en dudar sistemáticamente de todas las creencias, filtrando todo lo incierto y reconstruyendo el conocimiento sólo sobre las ideas que sobrevivían a este escrutinio. Cada idea debe examinarse cuidadosamente, y sólo deben aceptarse las que se presenten con absoluta claridad.

Si todas las creencias están sujetas a este filtro, ¿cómo se puede estar seguro de que uno existe? Puesto que los sentidos pueden engañar, no se puede confiar en su testimonio. Ante estas dudas, Descartes encontró una verdad innegable: «Pienso, luego existo» (Cogito, ergo sum). (Cogito, ergo sum). Por mucho que dudara, el mero hecho de dudar demostraba su existencia, pues la duda requiere pensamiento, y el pensamiento requiere un pensador.

Crítica

Sin embargo, la exploración de la duda por parte de Descartes le llevó a desarrollar dos de sus ideas más debatidas: el dualismo cartesiano y su prueba ontológica de la existencia de Dios.

Según el dualismo cartesiano, el ser humano es una combinación de mente y cuerpo. Ambos son esenciales para la percepción, la memoria, la imaginación y la emoción. Sin embargo, Descartes sostenía que la mente y el cuerpo son fundamentalmente distintos: la mente es una entidad no física, pensante, mientras que el cuerpo es una entidad física, espacial. Dado que la mente puede existir sin el cuerpo, ambos no pueden ser lo mismo. Para Descartes, la racionalidad humana se basaba en esta distinción. La mente, separada de los sentidos, debe contener ideas innatas que existían antes de la experiencia, ya que la experiencia misma es la fuente del engaño, el propio «demonio» de la duda.

Sin embargo, para algunos de sus contemporáneos, el dualismo planteaba un problema peligroso: el ateísmo. Al separar la mente del cuerpo y situar el conocimiento en la razón y no en la revelación divina, la filosofía de Descartes amenazaba la doctrina religiosa tradicional.

En 1663, cuatro años después de su muerte, la Iglesia Católica condenó varios de sus libros y los añadió a su lista de obras prohibidas. También se enfrentó a la oposición de los teólogos protestantes, que no sólo atacaron sus ideas filosóficas, sino también su carácter, tachándolo de vanidoso, vengativo y demasiado ambicioso.

A pesar de las acusaciones de que sus ideas conducían al ateísmo, Descartes creía firmemente en la existencia de Dios y trataba de demostrarla. Su argumento ontológico se basaba en ideas de filósofos anteriores como Anselmo, proponiendo que el propio concepto de Dios hacía necesaria su existencia. Descartes reconocía que era un ser imperfecto y finito, pero que en su mente existía el concepto de un ser infinito, eterno y perfecto, un ser más allá de las limitaciones humanas. Para él, este concepto no podía haber sido creado por sí mismo y, por tanto, Dios debía existir.

Muerte y legado

En 1649, a petición de la reina Cristina de Suecia, Descartes se trasladó a Estocolmo para enseñarle filosofía. Sin embargo, este acuerdo resultó desastroso. La reina, conocida por su riguroso horario, insistió en que las clases fueran a primera hora de la mañana, algo totalmente contrario a la costumbre de Descartes de dormir hasta tarde. Obligado a levantarse a las cinco de la mañana, tres veces por semana, su salud se deterioró rápidamente. El duro invierno sueco le pasó factura y, en febrero de 1650, Descartes sucumbió a una neumonía.

Dieciséis años después de su muerte, sus restos -menos la cabeza y un dedo- fueron trasladados de Estocolmo a París. En 1667 fue enterrado en la iglesia de Santa Genoveva del Monte, para ser trasladado de nuevo a la abadía de Saint-Germain-des-Prés. Todavía hoy se discute el paradero de su cráneo, que algunos afirman que se encuentra en un museo de París. A pesar de esta incertidumbre, hay un hecho indiscutible: La influencia de Descartes en la ciencia y la filosofía perdura.

En el centro de su legado estuvo su búsqueda de la verdad y el conocimiento. Su filosofía, el racionalismo, hizo hincapié en el poder de la razón sobre la experiencia sensorial, un cambio que desafió el empirismo de Aristóteles. Aunque el racionalismo se remonta a Platón, Descartes lo transformó en un método sistemático de investigación que moldeó el pensamiento filosófico durante siglos. Sus ideas inspiraron a otros racionalistas, como Spinoza y Leibniz, mientras que sus trabajos sobre geometría sentaron las bases para el desarrollo del cálculo e influyeron tanto en Newton como en Leibniz.

Autora: Beatriz Camino Rodríguez