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Adriano (76-138 d.C.) fue un emperador romano conocido por consolidar y fortalecer el imperio, incluida la construcción del Muro de Adriano en Britania. Promovió la cultura griega, las reformas militares y amplios proyectos arquitectónicos en todo el imperio.

Vida temprana

Adriano nació en el año 76 en Itálica, Hispania (actual Sevilla, España), Su padre, senador, falleció cuando Adriano tenía 10 años, lo que motivó su traslado a Roma hacia el año 86 bajo la tutela de Trajano antes de que éste se convirtiera en emperador. La esposa de Trajano, Plotina, se interesó especialmente por Adriano, alimentando su pasión por la literatura, en particular por la poesía y la cultura griegas. Su profunda admiración por la cultura griega comenzó en su juventud y persistió durante todo su reinado, lo que le llevó a asociarse frecuentemente con Grecia, incluso en la época moderna, donde a veces se piensa erróneamente que era de ascendencia griega.

El primer papel militar de Adriano fue como tribuno bajo el mandato del emperador Nerva, y se le encomendó informar a Trajano de su sucesión. Cuando Nerva murió y Trajano ascendió al trono, Adriano siguió ganándose su favor, aunque algunos biógrafos sugieren que sus orígenes españoles compartidos podrían haber impulsado a Trajano a adoptar a Adriano como heredero. La cuestión de la sucesión de Adriano sigue siendo objeto de debate, ya que Trajano nunca le nombró formalmente heredero. Cuando Trajano murió en 117 durante una campaña en Cilicia, Adriano lideraba la retaguardia. Plotina firmó los papeles de sucesión, afirmando que Trajano había elegido a Adriano, aunque muchos creen que ella orquestó su ascenso. A pesar de ello, Trajano respetaba a Adriano y probablemente lo veía como un firme candidato a la sucesión.

Plotina desempeñó un papel fundamental en la carrera de Adriano, con el apoyo de la sobrina de Trajano, Salonia Matidia, que abogó por su matrimonio con su hija, Vibia Sabina. A pesar de sus esfuerzos, el matrimonio no fue armonioso, ya que Sabina nunca lo aceptó plenamente y Adriano prefería la compañía masculina.

Su reinado

Los estrechos lazos de Adriano con los militares le aseguraron un apoyo inquebrantable, por lo que el Senado romano fue incapaz de desafiar su gobierno. Fue ampliamente aceptado por el pueblo romano y mantuvo su popularidad durante todo su reinado. A diferencia de emperadores anteriores como Nerón, Adriano no fue criticado por pasar una parte significativa de su reinado -12 de 21 años- viajando por todo el imperio. Visitó varias provincias para supervisar la administración, inspeccionar la disciplina militar y gestionar el gobierno.

El reinado de Adriano se caracterizó por la prosperidad, los avances culturales y la excelencia administrativa, lo que le convirtió en uno de los emperadores más notables de Roma. Uno de sus legados más perdurables son sus aportaciones arquitectónicas. En Roma, emprendió importantes proyectos de construcción, como la reconstrucción del Panteón tras su destrucción por un incendio y la restauración del Foro de Trajano. También financió la construcción de otras muchas estructuras, como termas y villas romanas. Muchos de estos edificios perduraron durante siglos, y el Panteón permanece intacto y accesible en la actualidad.

En 122, tras una revuelta en Britania, ordenó la construcción del Muro de Adriano para fortificar la región contra las invasiones del norte. También supervisó la mejora de las infraestructuras en todo el imperio, estableciendo ciudades, mejorando las carreteras y encargando obras monumentales en regiones como la Península Balcánica, Egipto, Asia Menor, el norte de África y Grecia. Los ciudadanos de Atenas le rindieron homenaje con la construcción del Arco de Adriano en 131/132, reconociéndole como benefactor junto al tradicional fundador de la ciudad, Teseo.

Tras su visita a Britania, Adriano viajó a Asia Menor e inspeccionó la restauración de Nicomedia, que había financiado tras un terremoto. En 123, ya fuera en Nicomedia o en la cercana Claudiópolis, conoció a Antinoo, un joven que se convirtió en su íntimo compañero durante los siete años siguientes. Su relación siguió la tradición griega de un hombre mayor que tutelaba a otro más joven en su desarrollo moral e intelectual. Entre 125 y 130, Antinoo vivió con Adriano en su villa a las afueras de Roma y viajó con él a las provincias. En 130, durante un viaje a Egipto, Antinoo se ahogó trágicamente en el Nilo. Abrumado por el dolor, el emperador lo deificó y fundó la ciudad de Antinópolis en su honor. El culto a Antinoo se extendió rápidamente y se erigieron estatuas suyas por todo el imperio. Se calcula que se crearon más de 2.000 estatuas, de las que hoy se conservan unas 115.

A pesar de su dolor, Adriano continuó con sus giras provinciales. Aunque era un hombre culto y erudito, su temperamento le acarreó graves consecuencias durante su visita a Jerusalén en 132. Ordenó la reconstrucción de la ciudad, rebautizándola como Aelia Capitolina y construyendo un templo a Júpiter sobre las ruinas del Segundo Templo. Esto provocó la revuelta de Bar-Kochba, liderada por Simón bar Kochba, que se saldó con grandes pérdidas para ambos bandos. La rebelión fue brutalmente reprimida, con más de 580.000 judíos muertos, miles de ciudades destruidas y los supervivientes exiliados. Adriano rebautizó la región como Siria Palestina y prohibió las prácticas judías. La respuesta del emperador a la revuelta de Bar-Kochba es la única mancha en su, por otra parte, extraordinario reinado, aunque sus acciones estaban en línea con la política tradicional romana para hacer frente a los levantamientos: una severa represión seguida de esfuerzos para restaurar el orden.

Muerte y legado

A medida que su salud declinaba, Adriano regresó a Roma, centrándose en escribir poesía y gestionar tareas administrativas. Nombró sucesor a Antonino Pío, con la condición de que éste adoptara como hijo al joven Marco Aurelio. Aurelio co-gobernaría más tarde con Lucio Vero, hijo adoptivo de Adriano. Adriano murió en 138, probablemente de un ataque al corazón, a la edad de 62 años.

Inicialmente, Adriano fue enterrado en Puteoli, en la antigua finca de Cicerón, como tributo a su aprecio por el saber. Sin embargo, cuando Antonino Pío terminó la gran Tumba de Adriano en Roma al año siguiente, su cuerpo fue incinerado y sus cenizas se depositaron allí junto a las de su esposa y su hijo adoptivo, Lucio Aelio César, padre de Lucio Vero. Antonino Pío divinizó a Adriano y erigió templos en su honor.

Entre los Cinco Buenos Emperadores de la antigua Roma, Adriano goza de especial fama como destacado estadista. Aurelio, el último de ellos, gobernó en tiempos más tumultuosos que Adriano, y su hijo, Cómodo, se convirtió en un gobernante indiscutible cuyo errático reinado y posterior asesinato provocaron una agitación política y social inimaginable en la época de Adriano.

Autora: Beatriz Camino Rodríguez.