Isabel II (10 de octubre de 1830 – 9 de abril de 1904) fue reina de España desde 1833 hasta su destitución en 1868. Siendo la única reina reinante en la historia de la España unificada, su reinado estuvo marcado por tumultuosos acontecimientos y convulsiones políticas.
Primeros años: La Primera Guerra Carlista
Isabel II es hija del rey Fernando VII de España y de la reina María Cristina de las Dos Sicilias, en un periodo de agitación política. Las secuelas de la Revolución Francesa y la invasión napoleónica de la Península Ibérica desataron una encarnizada lucha entre liberales y conservadores españoles. En 1808, Napoleón obligó a Fernando VII a abdicar, sumiendo a España en el caos y conduciendo a la creación de una constitución liberal en 1812. Sin embargo, cuando Fernando volvió al poder, intentó reinstaurar el absolutismo, provocando nuevas divisiones en la nación.
El nacimiento de Isabel tuvo importantes consecuencias políticas. Fernando VII, al no tener hijos supervivientes de sus anteriores matrimonios, no tenía un heredero claro y su hermano, Carlos, había previsto heredar el trono hasta que el embarazo de María Cristina amenazó sus ambiciones. Él y sus partidarios sostenían que debía aplicarse la Ley Sálica, que prohibía gobernar a las mujeres. Sin embargo, Fernando había revocado en secreto esta ley en 1829, permitiendo a Isabel subir al trono.
A la muerte de Fernando, el 29 de septiembre de 1833, los carlistas, leales a Carlos, se negaron a reconocer el derecho de Isabel al trono. Aún así, las Cortes declararon reina a Isabel II y nombraron regente a su madre, María Cristina. Mientras Francia, Gran Bretaña y Portugal reconocían la legitimidad de Isabel, el Vaticano y varias naciones católicas conservadoras apoyaban a Carlos, lo que desencadenó la Primera Guerra Carlista. Los partidarios de Isabel II, conocidos como los Isabelinos, lucharon ferozmente para defender su derecho al trono, y la guerra terminó finalmente a su favor en 1839.
Su reinado
A pesar de que el reinado de Isabel II comenzó oficialmente en 1833, cuando sólo tenía tres años, su madre actuó como regente hasta su mayoría de edad. Desgraciadamente, María Cristina no orientó adecuadamente a la joven reina, dejándola mal preparada para las complejidades del gobierno.
Cuando Isabel alcanzó la pubertad, aumentaron las presiones políticas para elegirle un marido adecuado. Se casó a regañadientes con Francisco de Asís, que resultó ser un esposo inadecuado y desinteresado. La vida privada de Isabel, marcada por el escándalo, contrastaba con su imagen pública de monarca generosa. Perdonó una importante deuda del Estado, hizo donaciones a los pobres y sobrevivió a intentos de asesinato, lo que le granjeó la simpatía de la opinión pública.
A lo largo de su reinado, Isabel II se apoyó en líderes militares como Espartero, Narváez y O’Donnell, que habían protegido a su monarquía durante la Guerra Carlista. El sistema político español permitía al partido gobernante manipular los resultados de las elecciones, lo que dificultaba desbancar al gobierno en funciones, salvo mediante pronunciamientos (levantamientos militares). Sin embargo, la formación de la Unión Liberal en 1854 condujo a una mayor estabilidad política. Entre 1854 y 1866, Narváez y O’Donnell se alternaron como sus ministros principales, ayudados por un auge económico durante la mitad del siglo XIX, haciendo de este periodo el más próspero del reinado de Isabel.
Los problemas comenzaron a aumentar en 1863, cuando los conservadores organizaron la caída del gobierno de O’Donnell y el exilio de la Unión Liberal. En 1866, España se enfrentaba a una crisis, con una depresión que afectaba al país. Los progresistas buscaban el poder, pero se les negaba sistemáticamente el acceso debido al control de los conservadores sobre los procesos electorales. Además, las fuertes creencias católicas de Isabel le impedían apoyar algunas de las medidas anticlericales defendidas por los progresistas. A medida que crecía el malestar, los intentos de pronunciamientos progresistas fracasaron, e Isabel fue considerada cada vez más como un obstáculo para la modernización.
Abdicación y muerte
En abril de 1868, la «Revolución de Septiembre», encabezada por líderes como Prim, Topete y Serrano, obligó a Isabel a huir a Francia y a abdicar en favor de su hijo Alfonso en 1870. Sin embargo, las Cortes españolas declararon la exclusión permanente de la reina y su familia del país. Como resultado, el príncipe Amadeo de Saboya se convirtió en rey en 1870, pero finalmente abdicó en 1873, llevando a España a una república.
En 1874 se produjo un pronunciamiento a favor del hijo de Isabel, Alfonso XII. Aunque la temprana muerte de éste, en 1885, le dio la oportunidad de volver al trono, Isabel no tenía ninguna inclinación a gobernar de nuevo. Su línea sucesoria fue finalmente sucedida por su nieto póstumo, Alfonso XIII, mientras que ella pasó sus últimos años en Francia hasta su muerte el 10 de abril de 1904.
El legado de Isabel II es complejo y polifacético. Su reinado, marcado por la agitación política y la inestabilidad, refleja los retos más amplios a los que se enfrentó España durante el siglo XIX y fue testigo del surgimiento de ideologías políticas que darían forma al futuro del país.
Autora: Beatriz Camino Rodríguez