Constantino I, también conocido como Constantino el Grande (27 de febrero de 272 – 22 de mayo de 337), ascendió al trono del Imperio Romano en 306 y reinó hasta 337. Fue el primer emperador romano que se convirtió al cristianismo y desempeñó un papel importante en la configuración del destino de esta religión, transformándola de una fe perseguida y marginada en una fuerza influyente dentro del Imperio.
El cristianismo antes de Constantino El Grande
Antes del reinado de Constantino el Grande, el cristianismo sufrió una implacable persecución y marginación en el Imperio Romano. Según los historiadores, la primera persecución oficial de los cristianos por las autoridades romanas se remonta al año 64 d.C., cuando el emperador Nerón intentó culparlos del Gran Incendio de Roma. Además, según la tradición eclesiástica, fue durante su reinado cuando los apóstoles Pedro y Pablo fueron martirizados en Roma.
A lo largo de dos siglos y medio, los cristianos sufrieron persecuciones esporádicas y localizadas que trataban de suprimir su fe. Sin embargo, la campaña de persecución más extensa y sistemática fue iniciada por Diocleciano en el año 303 d.C. Durante la infame Gran Persecución, se demolieron edificios y hogares cristianos, y se confiscaron y quemaron sus textos sagrados. Los cristianos fueron arrestados, torturados, mutilados, quemados y condenados a concursos de gladiadores. La Gran Persecución persistió hasta abril de 311, cuando Galerio, el emperador más antiguo de la Tetrarquía, unió sus fuerzas a las de Constantino, que ostentaba el cargo de César en el Imperio de Occidente, y Licinio, César en Oriente. Juntos, promulgaron un edicto de tolerancia que concedía a los cristianos el derecho a practicar libremente su religión.
Constantino y el cristianismo
Uno de los puntos de inflexión más significativos de la historia cristiana se produjo cuando el emperador romano Constantino se convirtió al cristianismo. Aunque los detalles exactos de esta conversión siguen estando rodeados de misterio y sujetos a interpretaciones históricas, se especula que su madre, Helena, desempeñó un papel en su iniciación a la fe cristiana. Sin embargo, Constantino no se declaró cristiano hasta que promulgó el Edicto de Milán en el año 313 d.C.
En medio de las tumultuosas Guerras Civiles de la Tetrarquía, que se desarrollaron entre los años 306 y 324, Constantino experimentó una serie de acontecimientos notables que marcarían su trayectoria religiosa y política. En vísperas de la decisiva batalla del Puente Milvio, el 28 de octubre de 312, tuvo una visión en la que vio una cruz de luz en el cielo acompañada de las palabras: «Con este signo vencerás». Interpretando esto como un mensaje divino, Constantino adoptó el símbolo cristiano, el Chi-Rho, y ordenó a sus soldados que lo pintaran en sus escudos. Tras la batalla y la derrota de su rival Majencio, Constantino se convirtió en el emperador indiscutible de Occidente.
La ascensión de Constantino tuvo consecuencias de gran alcance para el cristianismo primitivo, ya que asumió el papel de mecenas de la fe cristiana. Apoyó económicamente a la Iglesia, hizo construir varias basílicas, concedió privilegios al clero, ascendió a cristianos a altos cargos y devolvió los bienes confiscados durante la Gran Persecución de Diocleciano. En 313, él y Licinio promulgaron el Edicto de Milán, por el que se concedía libertad religiosa a todas las religiones, incluido el cristianismo. Este edicto supuso un cambio significativo con respecto a las anteriores políticas romanas y sentó las bases para el posterior ascenso del cristianismo en el Imperio.
Entre 324 y 330, Constantino construyó una nueva ciudad, Nueva Roma, en Bizancio, que se llamaría Constantinopla en su honor. A diferencia de la «vieja» Roma, la ciudad comenzó a emplear una arquitectura abiertamente cristiana, contenía iglesias dentro de las murallas y no tenía templos preexistentes de otras religiones. La conversión de Constantino al cristianismo culminó con su bautismo, que se cree tuvo lugar en torno al año 337, poco antes de su muerte.
El legado de Constantino
La adopción del cristianismo por Constantino tuvo profundas implicaciones tanto para la religión como para el Imperio Romano. Su reinado sentó un precedente para el papel del emperador cristiano, estableciendo un sentido de responsabilidad por el bienestar espiritual de sus súbditos. Los emperadores posteriores consideraron su deber ayudar a la Iglesia a definir y mantener la ortodoxia.
Otro resultado notable fue el Concilio de Nicea en 325 d.C., convocado por el propio Constantino. Este concilio ecuménico fue el primer gran intento de los cristianos de definir la ortodoxia para toda la Iglesia abordando las disputas teológicas dentro de la religión, en particular la controversia arriana. El concilio produjo el Credo Niceno, que afirmaba la divinidad de Jesucristo y se convirtió en una declaración fundacional de las creencias cristianas.
Aunque algunos eruditos modernos debaten sus creencias y su comprensión del cristianismo, hay consenso en que contribuyó en gran medida a impulsar el cristianismo hacia la corriente principal de la cultura romana. A largo plazo, su influencia inició un proceso de cristianización en todo el Imperio, allanando el camino para que el cristianismo se convirtiera finalmente en la religión estatal del Imperio Romano.
Autora: Beatriz Camino Rodríguez.