Catalina de Braganza (1638-1705) fue reina de Inglaterra, Escocia e Irlanda durante su matrimonio con el rey Carlos II en el marco de una alianza entre Inglaterra y Portugal.
Vida temprana y matrimonio
Catalina nació el 25 de noviembre de 1638 en el Palacio Ducal de Vila Viçosa. Era hija del rey Juan IV de Portugal y de Luisa de Guzmán. Catalina pasó la mayor parte de su juventud en un convento bajo la vigilancia de su madre, quien se interesó activamente por su educación. Como su padre era uno de los monarcas más importantes de Europa, fue propuesta como esposa a Juan de Austria, Luis XIV de Francia y Carlos II de Inglaterra. Al final, Carlos se convirtió en la mejor opción, ya que el matrimonio sería un instrumento útil para establecer una alianza entre Portugal e Inglaterra.
El 23 de junio de 1661 se firmó el contrato matrimonial. Por un lado, Inglaterra tendría el control de Tánger y las Siete Islas de Bombay, privilegios comerciales en Brasil y las Indias portuguesas, así como libertad religiosa y comercial para los residentes ingleses en Portugal. Por otro lado, Portugal obtuvo el apoyo militar y naval inglés contra España y la libertad de culto para Catalina. La pareja se casó en Portsmouth en mayo de 1662, llevando a cabo dos ceremonias: una católica realizada en secreto y otra anglicana pública.
Durante su matrimonio, Catalina tuvo tres abortos y se entendió como muy improbable que diera a luz un heredero al trono. Mientras tanto, Carlos tuvo varios hijos con sus amantes y los consejeros reales le animaron a pedir el divorcio y casarse con una mujer protestante. Pero Carlos se negó a divorciarse de Catalina.
Catalina como reina consorte
Catalina fue muy impopular desde el principio de su matrimonio debido a su devoción a la fe católica romana. De hecho, no pudo ser coronada porque a los católicos romanos no se les permitía participar en los servicios anglicanos. Sin embargo, su decoro, lealtad y afecto por el rey pronto cambiaron la percepción que el público tenía de ella.
Catalina prefirió no involucrarse en la política inglesa, pero mantuvo un interés activo en su país de origen. Con el objetivo de mantener buenas relaciones con el Papa y conseguir el reconocimiento de la independencia portuguesa, envió a su secretario a Roma con cartas para el Papa y varios cardenales. En 1669, trató de persuadir a su marido para que interviniera en la liberación de Candia (Creta) de los turcos, cuya causa era promovida por Roma. Aunque su intento no tuvo éxito, esto le hizo ganarse el favor del Papa, quien le concedió objetos de devoción en 1670.
Poco después, la relación entre Carlos y Catalina se agrió porque Carlos nombró a su amante oficial, Bárbara Palmer, Dama de Cámara de Catalina. En consecuencia, ella dejó de participar en la vida de la corte y de pasar tiempo con el rey.
Aunque Catalina mantuvo su fe en privado, su religión la convirtió en objetivo de los segmentos anticatólicos. Su posición se vio fuertemente amenazada debido a la Conspiración Papista de 1678, una conspiración ficticia inventada por Titus Oates, que afirmaba que existía un complot católico para asesinar a Carlos II. Catalina fue acusada inicialmente de ser una de las conspiradoras, pero tanto el rey como la Cámara de los Lores se negaron a procesarla. Este acontecimiento pareció mejorar su relación con el rey y cuando éste murió en 1685, ella expresó su gran dolor.
Muerte y legado
Catalina permaneció en Inglaterra durante el reinado de Jaime y su derrocamiento en la Revolución Gloriosa. En 1692 regresó a Portugal, donde actuó como regente de su hermano Pedro II en 1701 y entre 1704 y 1705. Falleció en Lisboa el 31 de diciembre de 1705.
La figura de Catalina ha sido generalmente ignorada por los historiadores, quienes la describen como una mujer sufrida que encontró refugio en su fe. Pero la realidad fue muy distinta. A lo largo de su vida, decidió convertirse en una figura independiente y establecerse como rival cultural de las amantes de su marido. Fue una mecenas de las artes y la música, influyendo en ellas con su herencia portuguesa. Catalina trató de promover la rica tradición musical portuguesa, a pesar de que ésta no era muy apreciada por entonces. Además, se le atribuye la popularización del consumo de té en Gran Bretaña.
Por último, su matrimonio tuvo un importante resultado para la historia de la India y del Imperio Británico. Esto se debe a que, tras obtener las Siete Islas de Bombay como parte de la dote de Catalina, Carlos las alquiló a la Compañía de las Indias Orientales, que trasladó allí su Presidencia. Como resultado, Bombay acabó convirtiéndose en una de las principales ciudades de la India.
Autora: Beatriz Camino Rodríguez