Calígula gobernó como emperador romano del 37 al 41. Su breve pero caótico reinado estuvo marcado por su alienación tanto del ejército romano como del Senado, su despiadada eliminación de rivales y críticos, y su notoria propuesta de nombrar cónsul a su caballo. Su gobierno llegó a un violento final en enero del 41, cuando fue asesinado.
Vida temprana
Nacido como Cayo Julio César en 12, Calígula era hijo de Germánico, el célebre héroe de las campañas germánicas, y de Agripina, nieta del emperador Augusto. El nombre de Calígula -que significa «pequeñas botas»- era un apodo de la infancia, dado por el uniforme de soldado en miniatura que llevaba cuando acompañaba a su padre en las campañas militares, donde servía como querida mascota de la compañía.
Tras la sospechosa muerte de su familia, Calígula fue enviado a la isla de Capri, donde creció bajo la atenta mirada del emperador Tiberio. Algunos historiadores creen que vivió allí más como prisionero que como pupilo. Aunque la muerte de Germánico sigue siendo un misterio, se sospecha que Tiberio orquestó la muerte de la madre y los hermanos de Calígula. Dado que Calígula y sus hermanas no suponían una amenaza inmediata, se les perdonó la vida. Sin embargo, la vida en Capri le expuso a la brutalidad desenfrenada y a la decadencia de la corte de Tiberio. Rodeado de corrupción y excesos, el futuro emperador fue testigo del mismo salvajismo que más tarde encarnaría.
Su reinado
A la muerte de Tiberio el 17 de marzo del 37, Calígula ascendió al poder como coemperador junto al nieto de Tiberio, Gemelo. Sin embargo, pronto se convirtió en el único gobernante tras la prematura muerte de Gemelo, un acontecimiento que muchos sospechan que él mismo orquestó. Dada la impopularidad de Tiberio, el pueblo romano acogió inicialmente con entusiasmo a su nuevo y joven emperador. Calígula no tardó en ganarse la admiración del pueblo al poner fin a los opresivos juicios por traición de su predecesor, recuperar a los exiliados y recompensar a la Guardia Pretoriana con primas que llevaban mucho tiempo esperando. También emprendió importantes proyectos de construcción, completando los que había dejado inacabados Tiberio, restaurando templos deteriorados, construyendo un faro en Boulogne, iniciando las obras de nuevos acueductos e incluso construyendo un nuevo anfiteatro en Pompeya. Su gobierno comenzó con grandeza, marcado por los juegos de gladiadores y las carreras de cuadrigas que hacían las delicias del público.
Sin embargo, a los seis meses de asumir el poder, todo cambió. Tras sufrir una enfermedad casi mortal -posiblemente un colapso mental o un episodio epiléptico, según los historiadores-, el comportamiento de Calígula se ensombreció. Se volvió cada vez más paranoico, y la crueldad que había presenciado en Capri comenzó a definir su reinado. Los recortes fiscales que había aplicado inicialmente se revirtieron para financiar su creciente extravagancia. Lanzó una oleada de purgas contra los enemigos percibidos, incluida su propia primera esposa, y reinstauró los infames juicios por traición de Tiberio. Condenó a muerte a individuos simplemente para apoderarse de sus riquezas.
Los excesos de Calígula no tenían límites. Colmó a su amado caballo, Incitatus, de collares con joyas incrustadas e incluso amenazó con nombrarlo cónsul. En uno de sus actos más extraños, ordenó la construcción de un puente de dos millas y media sobre la bahía de Baiae, supuestamente para demostrar su superioridad sobre una profecía que afirmaba que no tenía «más posibilidades de convertirse en emperador que de cruzar la bahía a caballo».
Militarmente, las campañas de Calígula fueron igualmente erráticas. Aunque anexionó Mauretania, sus incursiones en Alemania lograron poco. Su «invasión» más tristemente célebre fue una campaña planeada contra Britania, que dio lugar a que se ordenara a sus soldados recoger conchas marinas, conchas que más tarde presentó en Roma como trofeos militares. También se enfrentó a la población judía de Judea, atrapada en continuas tensiones con la comunidad griega. Ofendido por su negativa a rendirle culto como dios viviente, ordenó que se erigiera una estatua suya en el Templo de Jerusalén. Sólo una intervención diplomática pudo evitar el desastre, ya que sus consejeros le convencieron de que abandonara el plan para evitar una revuelta generalizada.
Muerte y legado
Tras sólo cuatro años como emperador, Calígula encontró un violento final en enero del 41. Fue asesinado por miembros de la Guardia Pretoriana dirigidos por Casio Chaerea. Fue asesinado por miembros de la Guardia Pretoriana, dirigidos por Casio Chaerea, un hombre al que Calígula había humillado en repetidas ocasiones. Su esposa, Cesonia, y su hija pequeña también fueron asesinadas. Para deshonrar aún más su memoria, el mismo hombre del que se había burlado durante años fue elegido como su sucesor. Claudio, el único varón adulto superviviente de la familia imperial, fue encontrado temblando detrás de una cortina, temiendo por su vida. Sin embargo, en un giro inesperado, fue declarado nuevo emperador de Roma.
En los últimos años, algunos historiadores han comenzado a reevaluar el legado de Calígula. Aunque las fuentes antiguas -sobre todo Suetonio- lo retrataban como un tirano cruel y autocomplaciente, es importante reconocer que estos relatos a menudo estaban influidos por prejuicios políticos. Muchos de los historiadores que documentaron su reinado escribieron bajo el mandato de emperadores posteriores que tenían motivos para vilipendiarle. Aunque gran parte de lo que se escribió sobre los excesos de Calígula puede contener elementos de verdad, los eruditos modernos sugieren una visión más matizada, que tenga en cuenta las presiones psicológicas y políticas a las que se enfrentó, así como los logros de su efímero gobierno.
Autora: Beatriz Camino Rodríguez.