El sistema monetario sasánida
Persia, el actual Irán, fue considerado durante la Antigüedad como puente entre el mundo mediterráneo y el subcontinente indio en el plano económico y cultural, así como lugar de paso obligado de la llamada Ruta de la Seda. Fue además un escenario de confrontación importante entre la dinastía Sasánida y Roma. Ardashir I, fundador de esta dinastía en 224 d.C., estableció una monarquía fuertemente centralizada con capital en Tesifonte, situada cerca de Bagdad, con el zoroastrismo como religión oficial y una economía basada principalmente en la agricultura y en el control de las rutas comerciales con Extremo Oriente y el Océano Índico. El Imperio Sasánida gozó de una notable estabilidad así como de una extensión considerable, abarcando los actuales Irán, Irak y Afganistán, Golfo Pérsico, parte del Cáucaso y algunas zonas de Asia Central.
Un estado de estas características debía contar con un sistema monetario fuerte. La dinastía Sasánida conservó de sus predecesores partos el dracma de plata como moneda de referencia, aunque llevaron a cabo una profunda reorganización monetaria: el dracma aumentó su peso de 3,7 g. a 4,2 g. y se introdujeron dos divisores: el hemidracma (1/2 dracma) y el óbolo (1/6 de dracma). Al mismo tiempo se fortaleció el circulante de cobre con grandes piezas de 16 g. y se acuñó moneda de oro, el dinar, aunque más a efectos propagandísticos que prácticos. La denominación por excelencia en cualquier caso fue el dracma de plata, única moneda emitida de forma estable y continua durante los cuatro siglos de vida de este imperio.
Descripción del dracma sasánida
Del dracma de plata llama la atención su forma de disco, generalmente de gran diámetro (alrededor de 30 mm) y escaso grosor. En el anverso destaca el busto del rey mirando a la derecha, ataviado con una imponente corona. Esta corona suele ser distinta en cada monarca, al menos hasta el reinado de Kavad I a finales del siglo V, y se compone de una diadema sobre la que descansan elementos murales o alas, con un korymbos (adorno consistente en un mechón de pelo cubierto por una redecilla) sobresaliendo detrás de la cabeza. El reverso está dominado por un altar de fuego, símbolo de la religión zoroastriana, vigilado por dos figuras humanas en pie a ambos lados portando espadas. Tanto en anverso como en reverso pueden encontrarse símbolos astrales como estrellas y lunas crecientes.
Ambas caras de la moneda contienen también leyendas en pahlavi o persa medieval con información acerca del nombre del emperador, así como la fecha y la ceca de emisión. En el anverso, a izquierda y derecha del busto real puede identificarse el nombre del rey junto con una leyenda de carácter auspicioso o de alabanza. En el reverso figuran el nombre de la ceca a la derecha y la fecha de emisión a la izquierda, expresada en el año de reinado.
Influencia del dracma sasánida
Más allá de todas estas características que hacen que el dracma sasánida sea una pieza muy reconocible, es importante destacar que su influencia fue mucho más allá de las fronteras físicas y temporales del imperio que las creó. Su diseño ancho y plano sirvió para concebir los primeros dirhams de plata árabes, pueblo que en su imparable ascenso durante los siglos VII y VIII asumió los patrones monetarios de los territorios que conquistaba. Si además tenemos en cuenta que la moneda de plata de los reinos cristianos medievales (como el denier carolingio, el dinero castellano o el penique inglés) se basó en gran medida en el modelo musulmán, puede decirse que el dracma sasánida tuvo una influencia indirecta en la moneda europea durante gran parte de la Edad Media.
Una influencia que también se manifestó también hacia el este: numerosos reinos de Asia imitaron los diseños de los dracmas sasánidas en sus monedas de plata. Tras derrotar al rey Peroz (457-484 d.C.) los hunos heftalitas comenzaron a producir unas atractivas piezas de vellón muy similares a los dracmas recibidos como tributo. Estas monedas circularon durante los siglos V y VI en diferentes zonas de Asia Central, Afganistán y el noroeste de India. En la región de Bujará, situada en el actual Uzbekistán y zona de paso de la Ruta de la Seda, se emitieron a finales del siglo VIII unas curiosas piezas de plata rebajada de carácter fiduciario imitativas del dracma sasánida, en un claro intento por parte de las autoridades de dotarles de prestigio.
Más al sur, en la India occidental, reinos que vivían del tráfico comercial en el Mar de Arabia como los chalukyas o los gurjaras emitieron entre los siglos IX y XIII unas monedas de plata y vellón conocidas como gadhaiya paisa. Eran monedas de peso similar a los dracmas sasánidas pero de mucho menor diámetro y forma globular. Su diseño, que incluía el busto del rey y un altar de fuego, reproducía el modelo persa pero evolucionando hacia formas cada vez más abstractas y estilizadas aunque reconocibles.
El Imperio Sasánida sucumbió en el año 651 víctima de las conquistas árabes, pero su legado numismático continuó en la mayor parte del mundo conocido durante siglos. Pocas monedas como su dracma han podido gozar de tal influencia sobre tantos lugares distintos durante tanto tiempo.
Autor: José Ramón Vicente Echagüe